Itaca en mi cuarto

Publicado: enero 15, 2015 en Uncategorized

Cuando viajas suceden algunas cosas. Como que un día regresas porque te urge el contacto con las paredes de tu cuarto, tocar la tela de la ropa que dejaste en el armario, oler las noches que en tu ausencia perfumaron, la almohada que hace tiempo no sientes latir bajo tu sien. Se te antoja encontrar algo tuyo, anterior a los viajes, el lugar de donde saliste.

Encuentras que estas rodeado de souvenirs, de baratijas de domingo en otra parte, de billetes de tren, del níquel remoto de monedas sin valor. Todo pertenece a un lugar que es la suma de los sitios que has visitado y ninguno, un lugar desconocido y familiar, como aquellos rostros que nunca volverás a ver.

Cuando viajas suceden algunas cosas. Como que un día vuelves a irte por que no encontraste nada anterior a este viaje.

Gatuneral para el Cometa Axel

Publicado: noviembre 14, 2014 en Uncategorized

13 de Noviembre de 2014

Algún lugar del cosmos,

Axel,

Para nosotros, que todavía habitamos este planeta, han pasado algunas horas desde que te fuiste y sentimos que las sillas, alfombras y espejos de la casa están tristes. Leí la otra vez que en la Biblia no se hace mención a ningún gato y sólo por esto me parece un libro mediocre. Espero que estas palabras lleguen a ti de alguna forma misteriosa, es decir felina.  Johanna y yo, tus padres adoptivos, no nos creemos eso de la insuficiencia respiratoria y la leusemía viral que nos dijeron en la clínica. Los humanos tenemos la vieja manía de morirnos de algo,  somos tan ridículos que cuando estamos fumando o comiendo en exceso decimos «de algo hay que morirnos» y seguimos nuestro culposo paso por la vida. qué estúpidos somos, verdad?.

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Un gato no tiene que morir de algo, puede morir simplemente, morir y seguir siendo. morir para asomarse al último tejado de la tarde. Los humanos no llegamos a comprender ese acto simple de saltar al otro lado y caer de pie. Nos inventamos cosas como «La curiosidad mato al gato» Aunque yo prefiero esa muerte a causa de un ataque de febril curiosidad, que las patologías con que los humanos conjuramos la inminencia de la muerte.

Axel, de alguna manera que quizá no te incumba, te estábamos buscando, llenamos decenas de aplicaciones de adopción, visitamos fundaciones y vimos muchos gatos, hasta que llegaste como un pequeño moisés envuelto en un trapito (insisto, mejor sería la biblia si en vez de profetas con barba hubiera gatos con mirada penetrante) un gatito de origen desconocido que una familia de buen corazón encontró un día en una vitrina en la Av Caracas, lleno de pulgas y delgado hasta los huesos.

Viniste a recordarnos el carácter paradójico de toda adopción, aunque te acogimos, nunca nos perteneciste, aunque te amamos e intentamos retenerte, fuiste emisario de tu libertad, perdón por haberte provocado dolor o sufrimiento innecesarios, pero los humamos amamos así, de hecho amor es una palabra imposible, pues supone la negación de la muerte. Ojalá Johanna y yo pudieramos amar algún día como gatos.

Hemos recibido ya tus señales de nueva vida y aunque nos llamen lunáticos, escuchamos tu ronroneo feliz en el «canto de un cometa» que ha recogido la sonda espacial el día de hoy. Sólo tu, axel querido, has podido encaramarte en ese haz de luz

Tu mamá llora todavía pero aquí entre tu y yo, gracias a los días que compartimos, descubrí un esplendor en ella, en su capacidad de dar amor, que sin tu partida fugaz hubiera permanecido oculto

Adios Cometa Axel

Cerati espacial color 002Me enteré de la muerte de Gustavo Cerati cuando ya todos «mi amigos» habían rasgado sus vestiduras en Facebook. Si los fantasmas de las celebridades muertas pudieran ver las  memeces que la gente se inventa tras su muerte, mientras finge trabajar o intenta vivir, dirían: «partida de desocupados, no desperdicien el escaso tiempo de la vida en el muro de facebook» Dudo mucho que los fantasmas puedan entrar a Facebook, de ser así,  Mark Zuckerberg no tardaría en inventar una aplicación ingeniosa para convertir en plata blanca la presencia de espectros famosos en sus redes.

Supe la noticia mientras daba cumplimiento a un comparendo pedagógico para evitar el pago total de una multa de tránsito.Unas semanas antes había parqueado mi Sparkie en una bahía prohibida sobre una calle de esas que en Bogotá llamamos transversales , diagonales, carreras, en fin, todo lo que no es una calle principal o secundaria. El encargado de darnos el curso de tres horas sobre normas de tránsito decidió comenzar con un minuto de silencio.

El prodigiosos profesor  de la urbanidad del carro (y no Carreño) no sólo conocía las mil trescientas posibles infracciones al código nacional de tránsito, entre las cuales se encuentra mirarse fijamente al espejo retrovisor mientras se conduce, también profesaba una devota erudición acerca de la carrera del músico argentino, recién fallecido. Conocía en orden los 23 albums con Soda Stereo y los 7 como solista. Enumeró sin titubear sus colaboraciones con otros artistas y aseguró tener archivos de todas sus giras desde la primera presentación en el 84 hasta aquella fatídica presentación en Caracas en el 2010. Al finalizar el minuto de silencio, el compungido maestro indicó que como todos los conductores del mundo, Cerati no estaba excento de sufrir un accidente y que lo que produjo su muerte fue un accidente cerebral, distinto a los accidentes por cruces prohibidos, o señales de stop ignoradas, pero accidente al fin. Sorpresivo, culposo,involuntario. 

Ojalá hubiera tenido 4 años de hibernación tras cometer mi infracción de tránsito para enfrentar sus consecuencias, así como tuvo Gustavo después de sufrir su accidente. Y es que su muerte, bochornosa en todo caso, está matizada por un lustro de agonía. Más que muerte es una reiteración del olvido. Y yo en su lugar también habría muerto. ¿Volver para qué carajos? Si alguna vez Cerati había pedido que lo despertaran después de que pasará el Reggaeaton, mejor seguir dormido: el perreo galáctico perdura en las discotecas y balnearios de todo nuestro continente.

Vivir  se convierte en la diaria rutina de pagar las multas de tránsito y los recibos de luz y acometer toda suerte de trámites y de filas, para cancelar cuentas pendientes. Si un accidente cardiovascular me permitiera escapar de todo esto por un tiempo, quizá optaría por sufrirlo. Me pongo en el lugar de Gustavo y también hubiera optado por la muerte. ¿Volver a qué? ¿Se imaginan el monto total de la cuenta del hospital? Con la deuda externa amenazando la economía argentina Cristina no hubiera podido asumir ni los primeros meses de estadía.  ¿Se imaginan el tono de los reclamos de sus mujeres y sus hijos por años de abandono o el regaño de la madre por el exceso de cocaina y viagra? La muerte como una «vuelta por el universo» resulta más atractiva.

Gustavo, yo tampoco hubiera vuelto, ¿para qué?  

«Lo sucedido nos lastima, nuestro pasado nos suele matar»

Faltó un pañuelo,  faltó un amigo (Jairo Varela)

Por fortuna el suicidio del actor Robin Williams no estará rodeado de fabulaciones truculentas como el de Marilyn Monroe. Después de medio siglo,  a pesar de las evidencias de una autodestrucción por barbitúricos, hay quienes siguen especulando con la posibilidad de un homicidio pasional, de un arrebato amoroso. Marylin se suicidó, como  lo hizo esta mañana el actor nacido en Chicago y el primer homenaje que  podemos rendirle es no cubrir de velos y presunciones la última decisión que tomó en uso de su lucidez. Desde que leí el primer párrafo de El mito de Sísifo (Albert Camus)   «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio» para mí la posibilidad de desaparecer a voluntad dejó de ser tabú. Puedo encontrarme en desacuerdo, pero el que alguien tomé la decisión de dejar de existir,descarga me parece respetable.

Cuando la gente se enteró de la muerte de Monroe, la rubia con vocecita ingenua y curvas candentes, se preguntaban cómo una mujer  tan dulce  podía quitarse la vida.  Aunque ya Tony Curtis había advertido que besar a Marilyn era como besar a Hitler, la gente del común creía que Marilyn era igual a sus personajes, un terrón de azúcar a punto de derretirse. Entonces era inconcebible que alguien que no parecía tener el aliento para matar una mosca se arrebatara la vida. Esta supuesta contradicción dio  lugar al surgimiento de todo tipo de teorías que se siguen divulgando.

Ya he escuchado a algunos amigos preguntarse cómo es que un hombre  tan gracioso, tan sabio, tan cómico, tan exitoso, pudo quitarse la vida. Aunque en este caso su suicidio no estará rodeado de controversias innecesarias (en general William tuvo una vida discreta) su muerte se archivará en la memoria colectiva como el desesperado acto de un excéntrico,  como una rareza sin sentido, como el único ademán  incomprendido del actor.  Hay coincidencias entre los suicidios de Monroe y Williams.  Los dos fueron durante el tórrido mes de agosto,  el verano de días interminables y calor pegajoso, suele ser la estación propicia para el hastío de los suicidas, que no soportan que el sol permanezca tanto tiempo iluminando las tediosas jornadas donde no pasa nada. Además de la posible motivación climática, los dos fueron actores de comedia.

El oficio de ser actor, la vieja profesión de ser otro, de imponerse una máscara, tiene una larga tradición de sacrificios y es una labor que no siempre fue feliz. El culto a Baco, origen del teatro griego, consistía en vaciar la personalidad y abandonarse al bacanal. Las Bacantes, priemras actrices,  se entregaban  al frenesí del baile, del canto, de la representación, y muchas morían en el extasis. El actor puede estar rodeado de lujos y fama, dinero y poder, pero en la soledad de su oficio, ante el espejo del camerino,  está vacío, ha entregado su rostro a otro. Muchos crean fundaciones, viajan por el mundo como adalides de causas perdidas, o se dedican a ser otros, con su papel inventado, incluso fuera de los focos, creando escándalos, para que no exista el silencio.

Y esto es mucho más doloroso para el comediante, no son pocas las referencias literarias y musicales sobre la infelicidad de los payasos, después de hacer reír a multitudes el comediante se encuentra con que » nadie pregunta Si sufro si lloro Si tengo una pena  Que hiere muy hondo» (El Cantante de Hector Lavoe)  porque su tragedia secreta es que incluso sus penas más hondas hacen reír y nadie las toma en serio. Quizá el suicidio de un comediante sea su último esfuerzo para ser tomado en serio.

Robin, te debo muchas cosas,  gracias al profesor Keating leí por primera vez la poesía de Withman, gracias a Peter Pan adquirí el síndrome que lleva su nombre y me resisto a la adultez y sus seriedades.  Gracias a Jack empecé a buscar estrellas fugaces en el cielo de mi terraza,  gracias a Cranauer me gusta escuchar radio en medio de esta guerra (Como vendría de bien un Buenos días Colombia como Buenos días Vietnam) Gracias por la voz que concede los deseos del genio de Aladino, gracias por Patch Adams y la indicación médica de burlarnos de la muerte. Gracias también por todas las malas películas que hiciste porque uno las iba a ver sólo para volver a verte. Gracias por tu sonrisa que iluminaba la noche americana.

Me pregunto si te hizo falta un pañuelo o un amigo, como cantaba un músico colombiano que tu no debes conocer, un salsero muerto hace poco, que quizá te encuentres en tu viaje. Sí es así, cómo me hubiera gustado darte ese pañuelo y ser tu amigo.

Si entre cuartos y semifinales del mundial lo invitan a cine, nada podría resultar mejor oferta si lo que verá en la pantalla es la película de Guiseppe Tornatore. The best offer. Poco importa si Italia fue apeado de la copa del mundo a las primeras de cambio, si su cine sigue prodigando obras maestras al mejor estilo de La Dolce Vita. Desde Fake de Orson Wells, aquel ensayo visual sobre el arte de la mentira, no veía un film sobre la falsificación artística tan visceral, aunque pensándolo bien: ¿Qué obra de arte no versa sobre la falsificación?

Y es que no ha habido nación tan proclive a la falsificación y a la copia como Italia, muchos piensan aún que Roma es un calco de lo Griego, para hablar de la falsificación de Dioses y leyendas. Miguel Ángel se dio a conocer primero como pésimo falsificador y en consecuencia como portentoso artista. Y es que, como en la misma película se deja ver, el falsificador en su ardua tarea de imitación, no puede evitar dejar una huella propia, un gesto de sí mismo.

Antes de descubrir que todo es un truco y una trampa colosal, incluyendo el Mundial y sus federaciones y jueces y ruedas de prensa, pasen por el gran telón de las falsedades, la danza de los reflejos, el cine mismo, a ver esta que es «La Mejor Oferta»>

Amor Indigente

Publicado: junio 26, 2014 en Uncategorized

Si quiere ver cómo le extraen el corazón a Jean Sol Partre (la parodia del rancio intelectual Existencialista) Si quiere saber cómo fabricar armas letales con el calor del cuerpo humano, cómo envejecer 8 años en dos días, cómo rezarle a jetsus, una versión pop del redentor. Si quiere ver cómo el jazz de Duke Elignton convierte en circulares los espacios, cómo tragarse una flor durante el sueño es comparable a contraer un silencioso cáncer. Si quiere tener en su casa un PianoCocktail que prepare bebidas según la música que se toque, debería ver «amor índigo» Porque el amor es sinestesia pura, indigencia de los sentidos, les recomiendo el último clip de dos horas de Michael Gondry)

ImagenNo fue en «El libro de arena» en donde encontré por primera vez a mi paisano Javier Otarola,  aunque fue allí que apareció como intruso en el sueño agitado de un ciego. Un profesor colombiano de presunto origen Caucano, de Popayán para ser exactos, es nada más y nada menos que el protagonista  del único relato amoroso de Jorge Luis Borges. Ulrica, la obra que estoy mencionando, resultó escondida en otro libro menos famoso y posterior llamado «Libro de sueños» Lo encontré de forma providencial en una Librería de Viajero, en las salas de abordaje del aeropuerto de Medellín, mientras esperaba soñoliento el llamado para entrar al avión.

Algo me dice que Borges concibió este último libro como una excusa para volver a editar el que él mismo consideró su mejor relato. El cuento quedó sumergido para siempre entre otros trances literarios, pesadillas de Kafka y epifanías bíblicas, asumiendo su verdadera forma: la de un sueño, hecho memoria y luego literatura.

¿Cómo un colombiano, llamado Javier Otarola, viajero extraviado también, pudo colarse en el sueño vívido de Borges y convertirse en la voz narradora de un cuento tan preciado? ¿Además bajo qué procedimiento onírico termina Borges escribiendo a través de este personaje la más grande verdad sobre nosotros mismos?.

Al inicio de su breve encuentro con Ulrica este le aclara que es Colombiano entonces Ulrica «le pregunto pensativa -¿Qué es ser Colombiano? -No sé-le respondí.-Es un acto de fé.

ImagenLos electores, si así puede llamarse a la multitud que marca con x  las fotos de los candidatos como si de un ritual vudú se tratase y luego deposita papeletas en una urna como boletas en una rifa de bazar;  no salen de la comodidad de sus casas a la intemperie del domingo movidos por una convicción ética. Cuando no es el incentivo perverso de favores recibidos o la coacción de las maquinarias aceitadas, el voto que llamamos de opinión, es un reflejo de simpatías y afectos. Votamos por el que nos cae bien, o nos inspira confianza, por el que sabe decir las cosas que nos endulzan el oído. Y son las meloserías del lenguaje y los discursos, «las palabras que se las lleva el viento» las que inclinan ese voto hacia un lado u otro. 

El viejo argumento del «Mal menor» que han esgrimido columnistas y líderes de opinión en esta  cruzada por la paz, iniciada el 25 de Mayo, me parece un recurso perdedor y desafortunado, que ya demostró ser muy frágil en la contienda que enfrentó a Al Gore y Goerge Bush en el 2000. Nadie sale de su casa un domingo de fútbol a elegir por un mal, así este sea menor que el otro. La gente del común se toma la molestia de elegir siempre en forma positiva, es decir, cree con firmeza que la alternativa que escoge es la mejor y la más virtuosa entre las otras. Optamos por un restaurante por que lo consideramos bueno, no porque allí se sirva la comida menos venenosa, así sea un Mac Donalds o Burger King. Votar por el mejor candidato, por ejemplo, así a todas luces sea un desastre, será más plausible que votar por el menos malo. Por eso cuando pintan a Santos como el menos malo, o  un malo conocido, mucha gente, en la embriaguez del optimismo (natural de las decisiones) empieza a ver a Zuluaga como mejor candidato, así todos los hechos demuestren su carácter nocivo y su «mala leche». Este efecto embellecedor del villano sucede porque la gente prefiere ver al monstruo como mejor (en términos positivos) que como el más malo. De ahí provienen las patológicas afecciones y simpatías por los villanos, los monstruos y los tiranos que caracterizan a sociedad inmaduras como la nuestra.

Este argumento del Mal menor tampoco es muy alentador para quienes nunca votarían por Zulúaga.  Puestos a elegir entre dos males, muchos pensarán: mejor no salir de casa. Sociedades como las Colombianas, arrastradas por una extraña pulsión de muerte, han elegido opciones a todas luces inconvenientes o autodestructivas porque sonaban bien  y envolvían a la gente en la ilusión de lo absolutamente bueno contra lo absolutamente malo. Para el elector no hay relativismos morales. Es preferible arrojarse al precipicio del horror creyendo en la bondad de ese acto, que optar por un camino, que se considera malo de antemano, así el otro camino sea peor. La disyuntiva lo único que hace es embellecer el camino siniestro, mostrarlo atractivo y sensual. Esa es la trampa de las elecciones.

Mientras no haya una verdadera transformación del sistema político en Colombia, que entregue el verdadero poder de decisión a la gente y la vuelva dueña de su destino como sociedad; mientras  el elector no  sea algo más que ese anónimo marcador de x sobre retratos y consignas, las elecciones serán las loterías sin fortuna en donde ganará la opción que mejor suena y no la menos mala.

Presidente (aún) Juan Manuel Santos,

Tiene usted fama de ser un frío jugador de póker, como nunca me interesaron las cartas, ni se nada de póker, voy a suponer que también es un buen jugador de Ajedrez. Mucho me temo que no ha leído bien el juego que se le planteaba en esta primera vuelta electoral. Con un ánimo constructivo permítame repasar algunos de los movimientos que lo han puesto en jaque (a falta de que el Zorro de mate a la partida) Antes que nada quiero expresarle algo: en estas elecciones su principal enemigo ha sido Juan Manuel Santos, podría decirse que usted, que tenía todo para ganar, se derrotó a sí mismo. Si Zuluaga es el pírrico ganador de este primer tiempo no fue tanto por sus talentos como por los flagrantes autogoles de su campaña reeleccionista (dicho en clave futbolística que tanto le gusta a usted). Me explico: la votación de Z no es escandalosamente alta, considerando el antecedente de las elecciones parlamentarias y la inclinación uribista de un gran segmento de la población. En cambio su votación, señor presidente, es lánguida y no se compadece con su millonaria campaña (para no hablar de las cantidades navegables de mermelada) Su pobre votación se vio mermada por las dos mujeres en contienda. Los conservadores alrededor de Ramírez no le perdonan y los indignados atraídos por Lopez no le creen, sus insulsos coqueteos con la izquierda. Usted es un hombre de centro-derecha y salir a cazar mariposas lo distrajo sin duda de su propia naturaleza. Usted se empeñó en ser el adalid liberal contra la extrema derecha y no convenció a nadie, le dio espacio a López y perdió los votos del centro moderado, que se inclinó por Ramirez.

Su error fundamental fue centrar la contienda en La Paz. La ambición le impidió suspender o al menos aparcar los diálogos fuera de la campaña y esa tozudez puede ser su harakiri político, no sólo porque esta aún lejos de firmar el acuerdo y es torpe e irresponsable presentar La Paz como éxito del gobierno, sino, principalmente, porque le dio al uribismo la excusa perfecta para hacer lo que bien sabe: atizar de nuevo el fuego antiterrorista. Con su decisión de convertir el proceso de paz en slogan de campaña no sólo ha puesto el proceso en riesgo, usted que había sido tan prudente; también, como si fuera poco, ha servido en bandeja de oro la reelección, pintándole a U y a Z el escenario perfecto para el fétido discurso de la seguridad democrática. Una lección de historia reciente señor Presidente, usted le entregó a Uribe un segundo Caguan.

Otro error de cálculo evidente: al elegir La Paz como el tema central de su empeño, desperdició la oportunidad de abordar seriamente los temas que toda encuesta describe como las mayores preocupaciones del colombiano: empleo, educación, servicios y en esos rubros, mi querido presidente, ni siquiera fue Zuluaga el que le tomó ventaja, fueron Lopez y Ramírez las que ocuparon ese espacio, cada una en su orilla. Por cuestionable que sea el modelo económico en el que se enmarcan sus logros y por maquilladas que sean sus cifras de empleo y superación de pobreza, era mil veces preferible centrar la campaña en esas medallas, que en el incierto trofeo de La Paz. En el campo de la economía hubiera metido a Zuluaga, exministro de hacienda también, en un debate en el que usted tiene más peso. Otro error fue temer demasiado a Peñalosa, y despreciar a Lopez y a Ramirez. Estoy seguro que sus estrategas amermelados le sugirieron que era mejor enfrentarse a Zuluaga que a Peñalosa. Los resultados finales terminarían por confinar al ex alcalde en un lugar marginal e inocuo del paisaje. Usted pensó, ingenuamente, que confrontando a Zuluaga y ungiendolo como el enemigo de La Paz, la gente iba a salir a rodear de forma unánime el proceso. Es una candidez enorme pensar que el pueblo colombiano se iba a identificar masivamente con la posibilidad de ver a las FARC vestida de civil y absuelta en la vida pública. Si bien la gran mayoría de los colombianos quiere La Paz, eso no quiere decir que deseen salir defenderla, entre otras cosas, porque la gente, por ignorancia o resentimiento, considera que el proceso favorece más a las FARC que a ellos mismos. Una cosa es querer La Paz y otra muy distinta es defender un proceso de paz en las urnas.

Pero esta no fue la única candidez de su estrategia. Cayo redondo en el juego de Uribe y en su urgencia por responder a la confrontación realzó a Zuluaga como contendor. Lo asocio con las prácticas sucias de su antecesor, apurando unos vídeos, unos testigos, unas grabaciones que lo vinculaban con las Chuzadas y el espionaje contra el proceso de paz. Estoy seguro que Zuluaga se vio con el hacker y que es capaz de eso y muchas cosas más. Lo que no tuvo en cuenta es que en Colombia la indignación contra un acto perverso o corrupto nunca se ha manifestado en las urnas. El colombiano es muy indulgente con su voto. Es más dudo mucho que la gente esté consciente de la gravedad de lo ocurrido en esa oficina gris y tengo la triste sensación de que a gran parte de mis paisanos no le importa si el proceso de paz es chuzado, si la oposición y los activistas son espiados, siempre que esto garanticé su idea de seguridad nacional y justifique la derrota de los «bandidos» de la guerrilla.

No quiero seguir enumerando sus movimientos en falso, creo que los que acabo de señalar son sus errores más prominentes y una reflexión en torno a ellos podrían sugerirle algún camino que lo recomponga. Un consejo, por favor, no saque de la copa del sombrero más vídeos con Andrés Sepúlveda, ni tampoco apresure como por arte de magia el acuerdo de un subpunto con las. FARC.

Por cierto, Otro que debe estar lamentándose juntó a usted es el señor Gustavo Petro. Los guiños que le hizo, sopretexto de apoyar La Paz y la adhesión de los progresistas a su campaña, no surtieron efecto alguno y el espacio de la izquierda indignada fue capitalizado por Clara López. Mejor le iría a Petro si no hubiera sido comprado por el favor que le hizo de regresarlo a Lievano. Mejor le iría a la izquierda unida, progresistas, alianza verde y polo. Quizá podrían sentarse con usted y proponerle un gabinete de coalición, con ministros de izquierda en carteras clave, ambiente, educación, agricultura, salud.

Bueno señor presidente aún. Que duerma bien. Mañana será otro día,

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Todo lo que he leído de García Márquez  fue editado bajo el sello de «Oveja Negra» estimulante imagen para un lector sin disciplina como yo, descarriado y ávido de lecturas prohibidas. Hace más de 10 años que Oveja Negra no se dedica a la edición de obras literarias, sin embargo  es la editorial colombiana que más   títulos de narrativa ha editado jamás  y su papel, nunca mejor dicho, fue de enorme importancia para la divulgación de autores latinoamericanos en la segunda mitad del Siglo XX.   «Los versos del Capitán»  «Los Adioses»  «Historia Universal de la Infamia» «El perseguidor» «La ciudad y los perros» son ejemplos de los volúmenes que se imprimieron en un taller de Bogotá, con el timbre gracioso de una oveja oscura y saltarina, encaramada en el lomo de los libros, recordándonos que todo lector tiene algo de hijo maldito, de rebelde sin causa.

Pero Oveja Negra no tendría  el significado especial que tiene para mi sino fuera por mi Abuelo. Como quien te presenta a sus amigos entrañables, mi abuelo  me introdujo con los libros al universo  de varios autores, entre ellos y de forma especial al de García Márquez. Costeños los dos, hijos del esplendor e infortunio de la zona bananera, tenían muchas cosas en común. Como estudiantes de la Universidad Nacional por la misma época, testigos del Bogotazo y del incendio de sus pensiones universitarias, alguna vez, mi Abuelo y El Gabo, compartieron  los mismos  miedos y euforias de la metrópoli.

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Recordando las anécdotas que me contaba mi abuelo, en la sobremesa del almuerzo;  cadenciosas, como arrullos que te envuelven, que terminas creyendo, aunque sean absurdas y que te hacen reír a carcajadas de la vida, puedo decir que la voz de mi abuelo; andaluza, africana, frutal, es la misma voz de Gabo. Al menos para mí.

Su amor por la literatura era juvenil y obsesivo, dormía muy poco, a lo sumo 3 horas por noche, así repartía su insomnio entre libros de medicina, (sobre todo psiquiatría)  teatro, poesía, novela (sobre todo rusa) y la lectura sonámbula de los diarios, incluyendo las esquelas funerarias y los clasificados de empleo. De esa voracidad lectora se aprovechaban los vendedores de  libros, en especial el agente domiciliario del Círculo de Lectores, que siempre lo visitaba de manera inoportuna cuando estaba viendo el Noticiero de las Siete. Curioso sobre las novedades del catálogo no era capaz de despachar al librero y lo hacía pasar a regañadientes. Gracias a la impertinencia de este vendedor llegaron a la casa los ejemplares de Nobel, todos editados por la editorial bogotana, en conmemoración de la entrega del premio en 1982

Mi primer encuentro con García Marquez fue a hurtadillas, cuando tenía 10 años de edad. Pocas cosas llamaron más mi atención de niño que el título de un libro: «Crónica de una muerte anunciada». Lo descolgué de la biblioteca y me lo lleve a un rincón de la cocina mientras mi abuela preparaba el almuerzo. Entonces el inicio acabó por atraparme «La mañana que lo iban a matar Santiago Nasar… » la suerte del personaje, su nombre y apellidos, se enredarían con mi suerte de lector inadvertido. Antes que llegara hasta la linea soez  «pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros» mi abuelo llegó a la cocina y me explicó que aquella lectura no era conveniente, que pronto estaría en «edad de merecer» esa  y otras lecturas y que había muchas cosas que no podría entender. Retiró de mis manos el ejemplar y se lo entregó a mi abuela escandalizada con la portada: la fotografía de un cadáver envuelto por una sábana gris, del que sobresalía una bota de cuero  y  una mariposa sobrevolando el cuerpo inerte. Raptado por una intensa curiosidad de saber los pormenores de aquella muerte, desobedecí la censura de mi Abuelo, extraje el libro del delantal de mi abuela y me encerré en la habitación de mis tías, donde había una mecedora que daba a la ventana del patio. En una tarde lluviosa supe que todos, incluyéndome, sabíamos que lo iban a matar (en circunstancias que se escapaban a mi comprensión) pero nadie había hecho nada para evitarlo. Años después en uno de mis cumpleaños mi abuelo me regaló el libro, con una dedicatoria que reveló las verdaderas intenciones de su  prohibición: «para que lo releas»  Ese día me di cuenta que no hay cosa mejor para estimular la lectura que prohibirla de vez en cuando a un niño curioso.

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El segundo encuentro con García Márquez fue también a instancias de mi abuelo. Ya había leído la compilación de sus relatos, recogidos bajo el título: «Todos los cuentos» en una edición muy barata hecha con papel periódico y tinta  burda que en ocasiones parecía un panfleto; pero que fue muy popular en la época, ya que todos los colegios la pedían en la lista de libros y utensilios escolares.  Lo leí en unas vacaciones, de un tirón, en dos o tres días.  Sólo tenía que leer uno de los cuentos para la clase de Español, pero de nuevo la cadencia y  el rumor de las historias me fue atrapando como cuando mi abuelo me sentaba en sus piernas a hablarme de su amigo «El Mico» o de las travesuras con su hermano «Pepé» en los años en que la bisabuela remendaba la ropa de los obreros de la United Fruit Company.

La lluvia del trópico, que ha acompañado siempre  mi vida de lector, se acompasó con las lluvias interminables de Macondo y para repetir sus músicas celestes,  acostado en la cama de mi cuarto, leía en voz alta «El Invierno se precipitó un domingo a la salida de misa». «El Monólgo de Isabel viendo llover» podía ser el monólogo de cualquiera de las mujeres de la casa, mi madre, mis tías, mi abuela, todas cuidando el cosmos frágil del hogar. Cuando terminé el último cuento, «La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada» entré en pánico: Gabo se había convertido en un Dios tutelar que no quería dejar ir, quería más y más de él y sentí la urgencia por leer todo lo suyo.

Ya tenia edad de enfrentar una de sus grandes novelas. Intenté por supuesto con «Cien años de Soledad»  pero algo en su enumeración maravillosa me sacaba de la corriente antes de las primeras 100 páginas. Así mismo se me resistían  «El general en su Laberinto» (Bolívar no me interesaba en lo más mínimo) y «El Otoño del Patriarca» (me sentía como aguantando la respiración bajo del agua cuando la leía) La única novela de Gabo que quedaba en la Biblioteca de mi Abuelo era «El Amor en los tiempos del Cólera» Se trataba de la primera edición del libro  hecha por Oveja Negra. Pasta dura, azul marino,  una portada de color amarillo y la figura de un barco de vapor sobre un río imaginario. Yo quería abordar ese barco, zarpar en la lectura, lejos, a donde fuera. Pero acceder a esa obra no era fácil ya que hacía parte de los libros de cabecera de mi abuelo, de los que siempre lo acompañaban en la mesa de noche, cerca de las pastillas y los «Fututos» como él llamaba a los inhaladores de cortisona con los que conjuraba el asma bronquial o «el gato que llevó en los pulmones» solía decir.

Mi abuelo consultaba ese libro amarillo muy a menudo, quizá se sentía identificado con él dr Juvenal Urbino. Se reía mucho de la escena en la que este enseñaba francés a los loros y volvía una y otra vez sobre la primera parte de la novela. Sabía que la muerte llegaría de la manera más inesperada, como le  llegaría al propio Urbino, mientras alimentaba a sus pájaros, curiosa forma de morir para aquel que había combatido con tanto ahínco la epidemia del Cólera. Para llegar al libro tenía que pedírselo personalmente: «Abuelo quiero leer «El Amor en los Tiempos del Colera» «¿Por que?» me pregunto sugiriendo que podía empezar por otras novelas, yo respondí con una seriedad absoluta: Porque estoy enamorado.

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Para poder leer el libro tuve que fingir mi primer amor a los 13 años, por una doncella de apellido Lorenzo, que estudiaba conmigo, una morena alta, que era lo más parecido a Fermina Daza que había en el Colegio. Cuando abrí «EL Amor en los tiempos del Colera» por primera vez me di cuenta que mi abuelo lo había leído varias veces en los 10 años que llevaba publicada la novela. Tenía todo tipo de rastros de lectura, notas ininteligibles, pedazos de papel, billetes de 500 pesos, papeles de lotería, marcas en la punta de las hojas. Al leerlo me sentía como recorriendo con él un mismo viaje. Terminé enamorado de Fermina proyectada en la niña de mi salón, soñando con la posibilidad de seguir amándola hasta la muerte. Con ese libro supe de manera certera  que una noche cualquiera, en el momento menos esperado,  una mujer sin rostro  me arrebataría la inocencia de mi sexo en un cuarto oscuro, como le sucedió a Florentino. Por eso debía estar siempre alerta.

El último encuentro con Gabo estuvo marcado por la enfermedad de mi abuelo. En otra de sus tantas alusiones literarias él me nombró su Lazarillo. Durante los últimos años de su vida yo me había convertido en  fiel escudero y le cuidaba la espalda cuando salia a hacer «sus vueltas» Lo acompañaba cada més a cobrar el cheque de la pensión en  «La asociación nacional de médicos pensionados» en donde se reencontraba a sus colegas y me presentaba como su secretario, yo me sentía importante:  aprendí a estrechar la mano  y saludar con la elegancia y calidez de un caballero. Pasaban los meses y cada vez encontraba menos amigos en la fila de jubilados y entonces decía «Nos estamos muriendo todos, llegará el día en que en Colombia no quede un sólo pensionado vivo»  El solía decir cosas propias de un Nostradamus del caribe, que luego he ido encontrando en los libros de García Márquez, como «no somos del lugar donde nacemos sino donde yacen nuestros muertos»  Cuando nos llovía en alguna de las diligencias exclamaba «Esta lluvia menuda pero persistente» Un día, agotado ya no pudo andar más, perdió el apetito y suspendió su amor por los libros. Yo, su secretario, le leía el periódico todos los días,  incluyendo esquelas funerarias y clasificados de empleo. Cuando me quedaba a velar su sueño, siempre tenía un libro conmigo, para ver si se antojaba de leerlo.

Recuerdo que la última vez que pasé una noche con él estaba leyendo «El coronel no tiene quien le escriba» que era parte de una colección hermosa de grandes autores de la literatura Latinoamericana, estaban Cortázar, Borges, Fuentes, Onetti, Donoso, Neruda, y esa pequeña obra maestra que es la historia del hombre que espera su pensión después de haber entregado la vida a la patria. Mi abuelo estaba muy enfermo y pasaba noches delirantes y con sobresaltos dolorosos. En un instante de lucidez y ausencia de dolor me pidió que lo acomodara para beber un poco de agua y me preguntó qué leía «El coronel no tiene quien le escriba» mi abuelo sonrió complacido «Leáme en voz alta, desde el principio»   Entonces me devolví a a la primera página y le leí «El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más que una cucharadita…» me aseguré que me prestara atención y me indicó que siguiera.

Serían las 3 de la madrugada de una noche de enero de 1999 cuando mi abuelo y yo emprendimos la última lectura juntos.

Con la muerte del enorme García Márquez he podido escribir estas palabras que son nada comparadas a la grandeza de la obra del autor de Aracataca, pero son todo para mi y ese hombre ejemplar que me enseñó el amor a los libros y a contar historias para sobrevivir «a la trampa de la muerte»